"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Poemas de Francisco de Rojas...

Poemas de Francisco de Rojas ÍNDICE DÉCIMAS SESTINASSILVAS SONETOS DÉCIMAS 1 No se causan mis enojos, ô Clori, de ajenas glorias; otras temidas victorias dan lágrimas a mis ojos. No envidio dulces despojos de amante favorecido, que la suerte me a traído a no amar ser envidiado; moriré alegre abrasado, como no fuera ofendido. Fundo mi cierta alegría en vivir dentro en mi fuego, i aquel deleite me niego que tu luz darme podría. Mi dulce passión porfía en llevarme a tu rigor, pero ardiendo aun tengo horror del desprecio con que miras, i llego a sentir tus iras más que a estimar tu favor. No hay sombra de bien que pueda concederme la fortuna; crece mi llama importuna esparziendo el humo en rueda. I tan abrasado queda el pecho de su violencia que desmaya la paciencia; mas después un favor lento assí ensuavece el tormento que aun lo busca la prudencia. Mas tan poco se detiene, que vengo a desengañarme que Amor no quiere matarme porque más de espacio pene. La esperiencia me previene a que huya el cierto daño, pero amo tanto el engaño que a la imagen de un favor siento apagado el dolor del incendio más estraño. No sé si llame piedad a esta remissión de pena, porque afloxar la cadena para apretarla, es crueldad. En esta inhumanidad a mi llama lisonjea un cierto error porque crea en tan acabada fee que no es cierto lo que ve sino aquello que desea. Yo triste a conocer vengo que mi bien desvaneció; como sombra me huyó; lágrimas ya le prevengo ¿Será qu'en el mal que tengo halle imperio el llanto mío? Mas, ¡ô necio desvarío!: contra llamas celestiales no pueden tibios cristales ostentar sobervio brío. 2 Quiero mi grave tormento en silencio padecer, pues assí usurpa el temer la fuerça al atrevimiento. Mas no es mi fuego tan lento qu'el humo pueda ocultar; modos vengo a dessear con que desmienta mi ardor, i la fuerça del dolor aun quita el imaginar. Pierda el nombre de atrevido quien no pretende favores, i no acuse mis dolores quien nunca los a sufrido. Viva yo en público olvido, siempre ocioso a la memoria, i alcance aquella vitoria que me diere tu piedad: que a corta capacidad no conviene mayor gloria. ¿En qué te injuria quien ama, Clori, la encendida rosa que por tu nieve hermosa dulcemente se derrama? No aumenta el rigor la fama; sienta tu crueldad el día que a hazer polvo porfía el fuego con que as vencido, porque ofender al rendido es covarde valentía. Y si es ofensa adorarte dentro en mí con blando ruego, permite que trate el fuego pues él puede assí vengarte; que si vienes a enojarte con menor belleza miras: ¿el puro cielo que admiras i los mares espaciosos no se ven menos hermosos cuando más muestran sus iras? Ofendes a tu razón en tener tanta fiereza, que Amor es de la belleza apazible adulación. Quien no huie tu prisión bien merece menor mal: ¿no ves el manso cristal que a la flor que ama su frente le da con crespa corriente de agradecido señal? 3 En tan lento resistir i en incendio tan severo poco a la razón espero i mucho temo al vivir. Una ley vengo a sentir cuya violencia no acuso; tiemblo i sígola confuso, que avisos de la prudencia dizen que no hay resistencia contra el imperio del uso. I quedo entre este temor con tal gusto persuadido, que aun cuando más ofendido, hallo deleite en mi ardor. Tus altos modos, Amor, tarde llego a conocer: el siempre elar i encender a quien tu fe solicita es porque sólo acredita las glorias el padecer. Solamente el bien de amar quiero, sin correspondencia, pues muere assí la paciencia en naciendo el dessear. Tiempo, dexa de apagar el fuego que me eterniza: que tu hielo atemoriza, i el arte de la razón no tiene juridición para encender la ceniza. Esta luz que en mí florece i obraron passiones mías, a la injuria de los días sin advertir desvanece. Fuerças el discurso ofrece del ánimo al blando fuego; mas su esfuerço i risa i juego contra la edad a de ser: que es violencia su poder i el de la razón es ruego. Pero si roba la flor de tu voz i de tu aliento, Clori, el sol menos violento, bien tengo a mi ofensa horror. ¿Qué osará humano valor viendo divinos despojos? Mas, ¡ô importunos enojos! pues aun no da la esperança engaños a la vengança, dé el dolor llanto a mis ojos. SESTINAS 1 Crespas, dulces, ardientes hebras de oro que ondas formáis por la caliente nieve, ¿cuándo veré salir las alvas luzes, contento de encenderme en vuestro fuego, que dexe de bolver al triste llanto, bañado en cana espuma como cisne? Igual entonces el Tebano Cisne, siempre ilustrara los celages de oro por quien el coraçón destilo en llanto, o asombren sueltos la purpúrea nieve que esparze rayos de invisible fuego, o recojan en áurea red sus luzes. Mas mientra viere tus divinas luzes, no dexaré de andar, cual blanco cisne, cantando en muerte el amoroso fuego en que me encienden, i los cercos de oro que me desatan, como el sol la nieve, por los ojos contino en dulce llanto. Siempre resuelto estoi en puro llanto, salgan de Phebo o del Dragón las luzes, caya dulce rocío o caya nieve; i aunque más dulce cante que alvo cisne, nunca veré el compuesto en nieve i oro con blandos ojos a mi ardiente fuego. ¡Ô si ya consumiesse el duro fuego el miserable coraçón en llanto, i nunca viessen más bordarse en oro el cielo a la mañana aquestas luzes!, pues ardo siempre en ondas como cisne cuando sale la noche i cae la nieve. Bien sé, triste, que puede arder la nieve cuando se acabe mi infinito fuego, i que abitar en él bien puede el cisne cuando toque piedad del grave llanto a mi Eliodora en sus acerbas luzes, i cuando esté ligado en lazos de oro. Pues no me enlaza el oro ni la nieve, den fin tus luzes a mi ardiente fuego, i en llanto i muerte cantaré cual cisne. 2 De Febo Apolo el claro ardiente rayo ya muda l'alta nieve en tibias ondas del más helado i riguroso monte; sólo a mi pura luz no cambia el yelo en piedad su centella, ni la llama que humedece los cercos de mis ojos. El polvo, el siclamor, sus blandos ojos abren con el calor del puro rayo que esparze en tomo de Phaetón la llama, i con el fresco humor de vivas ondas; mas nunca reverdece, suelto el yelo (bien que a la faz del fuego), mi arduo monte. Las plantas bolverán de cualquier monte otra vez a cerrar sus lindos ojos, i cubrirá sus calvas duro yelo ante que yo vos vea, ô dulce rayo del eterno splendor, bañada en ondas por la piedad de mi sobervia llama. ¡Ô si en cana ceniza mi alta llama buelta, anduviesse solo por el monte, o por do forman triste voz las ondas del Betis, i no viesse aquellos ojos, ni aquel luziente i amoroso rayo, poderoso a encender el duro yelo! Amor, enciende el cristalino yelo de mi dulce enemiga con tu llama, si no quieres mirarme al duro rayo suelto (cual en verano nieve al monte) en lágrimas, i ciegos estos ojos con el incendio de sus negras ondas. I si no te movieren estas ondas, ni de mi Laida el amarillo yelo a quererme mirar con blandos ojos, sacude con valor tu acerba llama, i abrásame cual suele a espesso, monte un fogoso i horrendo i fiero rayo. Pues duro rayo i encendidas ondas no vencen deste monte el arduo yelo, abrasa, llama, mis osados ojos. SILVAS 1 Queriendo pintar un pintor la figura de Apolo en una tabla de laurel. Mancho el pinzel con el color en vano para imitar, ô Febo, tu figura en tabla de laurel: o los colores no obedecen la mente ni la mano, o huye también Dafne tu pintura, árbol, aún no olvidando tus amores. Perdió la rosa i nieve que solía teñir su boca i frente, mas no la castidad con que vivía, pues oi la guarda en la corteza dura. Si perdió solamente color i hermosura, ¿i anima el rudo tronco Dafne esquiva en tu desdén, aún a tu imagen viva? A la Aurora pinté en el horizonte entre inflamadas nuves i distintas, con puras luzes i rosado arreo. De la Ninfa que abita el güeco monte mentí con los pinzeles el desseo, cuerpo dando a la voz con varias tintas. I tú, Marte soberbio, aunque guerrero, contra mí no vibraste el limpio azero porque con los colores te mostrara espirando fiereza. Sola esta virgen prueva su dureza en mí, porque intentara que, leño informe, Apolo la abraçara. Dafne l'arte a vencido; venció ya Dafne l'arte. ¡Ô Cintio, culpa tuya! ¿Dó está el arco, dó está el divino aliento? A tan flaco poder mengua es que huya y que dél se remita alguna parte. Dime, ¿l'antigua llama con imperio en tu sangre se derrama? ¡Que el desdén sólo puede en un rendido! Ya tu desprecio i no el del arte siento: que sí queda sin gloria (ilustre Apolo) tu fábula, i sin lustre al mundo solo. 2 A la riqueza ¡Ô mal seguro bien, ô cuidadosa riqueza, i cómo a sombra de alegría i de sossiego engañas! El que vela en tu alcance i se desvía del pobre estado i la quietud dichosa, ocio i seguridad pretende en vano: pues tras el luengo errar d'agua i montañas, cuando el metal precioso coja a mano, no a de ver sin cuidado abrir el día. No sin causa los dioses te ascondieron en las entrañas de la tierra dura; mas ¿qué halló difícil o encubierto la sedienta codicia? Turbó la paz segura con que en la antigua selva florecieron el abeto i el pino, i tráxolos al puerto, i por campos de mar les dio camino. Abriósse el mar i abriósse altamente la tierra, i saliste del centro al aire claro, hija del'avaricia, a hazer a los ombres cruda guerra. Saliste tú i perdiósse la piedad, que no habita en pecho avaro. Tantos daños, riqueza, an venido contigo a los mortales, que aun cuando nos pagamos a la muerte, no cessan nuestros males: pues el cadáver que acompaña el oro, o el costoso vestido, sólo por opulento es perseguido; i el último descanso i el reposo que tuviera en pobreza, l'es negado, siendo de su sepulcro conmovido. ¡A cuántos armó el oro de crüeza, i a cuántos a dexado en el último trance, ô dura suerte! Pierde su flor la virginal pureza por ti, i vesse manchado con adulterio el lecho, no esperado. Al menos animoso, para que te possea, das, riqueza, ardimiento licencioso. Ninguno hay que se vea por ti tan abastado i poderoso que caresca de miedo. ¿Qué cosa habrá de males tan cercada?, pues ora pretendida, ora alcançada, i aun estando en desseos, pena ocultan tus ciegos devaneos. Pero cánsome en vano; dezir puedo que si sombras de bien en ti se vieran, los immortales dioses te tuvieran. 3 A la pobreza Desde el infausto día que visité con lágrimas primeras, me tienes, ô pobreza, compañía; aunque tan buena, como dizen, fueras, por ser tanto de mí comunicada, me vinieras a ser menos preciada. Diré tus males sin que mucho ahonde en ellos, que es mui raro lo que por glorias tuyas contar puedes. Tal vez el que en su casa un monte asconde de Numidia i de Paro en arcos i paredes, cuando entre el blando lino se rodea, puesto de los cuidados en el fuego, sin conocerte alaba tu sossiego, i nunca, aunque lo alaba, lo dessea; llegas a ser de alguno, en fin, loada, mas de ninguno apenas desseada. ¿Si eres tú de los males el que nos trata con mayor crüeza, cómo podrá ninguno codiciarte? Después que nació el oro, i con él la grandeza, murió tu ser, murió tu igual decoro, en otra edad divino: ¿si por esso, pobreza, en toda parte con enfermo color andas contino? Con preciosos metales siempre veo levantado lo que tienes tú sola derribado. ¿Qué ciudad populosa se sabe que por ti se aya fundado? ¿Qué fuerça inespunable i espantosa por ti se a fabricado? El süave color, la hermosura sólo en tu ausencia con su lustre dura. Pintame la belleza mayor que imaginares, compuesta de jasmines i de grana: si con vestido tuyo la adornares, su lustre pierde i gracia soberana. Pues cuando el agro ivierno, hijo tuyo sin duda, que, como tú, también siempre desnuda, roba al bosque el verdor i lo despoja de su amarilla hoja, pobre por ti su frente, ni su sombra codicia más la gente, ni sus ramas las aves. I si yo vanamente no dicierno, ¿cuándo armarse pudieron vastas naves donde se vio tu sombra?, ¿cuándo exércitos gruessos? El número infelice de sucessos que por ti an avenido, ¿a quién no assombra? Hablen los nunca sepultados güessos que en las playas blanquean, de tantos que por falta de sustento al mar rindieron el vital aliento. ¡Cuántos as ascondido en los anchos desiertos para que al mal seguro caminante asalten encubiertos! ¡Ô, en cuántas partes se verá teñido el campo con la sangre de los muertos! No hay voz, aunque de hierro, que bastante sea a dezir los males que acarrean duras necessidades. Los pobres que habitan las ciudades, ¿qué afrenta no padecen?: lo que por sus ingenios merecieron, ô pobreza, por ti lo desmerecen. ¿Qué pobre hubo discreto? ¿Cuándo tuvo amistades que aun con pequeño honor correspondieran? ¿Cuándo con la pobreza algún respeto jamás se tuvo a las tendidas canas que tú de blanca nieve, edad, coloras? ¡Ô mentes de la humilde gente vanas, no cuidéis, a despecho de vuestra pobre i mísera fortuna, levantaros al cerco de la luna! Mirad que cuantos hijos van saliendo del nunca en vano frequentado lecho, tantos esclavos, ¡ai!, os van creciendo que ocupéis en mesquina servidumbre, no sin tormento vuestro, no sin llanto. ¿Qué vale, ô pobres, levantaros tanto? Mirad que es necio error, necia costumbre, soltar a la soberbia assí la rienda: que yo apenas, humilde i sin contienda, puedo contar en paz algunas oras de las que passo en el silencio oscuro, olvidado en pobreza i no seguro. 4 Al clavel A ti, clavel ardiente, invidia de la llama i de l'Aurora, miró al nacer más blandamente Flora: color te dio ecelente i del año las oras más süaves. Cuando a la ecelsa cumbre de Moncayo rompe luziente sol las canas nieves con más caliente rayo, tiendes igual las hojas abrasadas. Mas, ¿quién sabe si a Flora el color deves, cuando devas las oras más templadas? Amor, Amor, sin duda, dulcemente te bañó de su llama refulgente i te dio el puro aliento soberano: que eres, flor encendida, pública admiración de la belleza, lustre i ornato a pura i blanca mano, i ornato i lustre i vida al más hermoso pelo que corona nevada i tersa frente, ¡sola merced de Amor, no de suprema otra deidad alguna, ô flor de alta fortuna! Cuantas vezes te miro entre los admirables lazos de oro por quien lloro i suspiro, por quien suspiro i lloro, en invidia i amor junto me enciendo. Si forman por la pura nieve i rosa (diré mejor, por el luziente cielo) las dulces hebras amoroso buelo, quedas, clavel, en cárcel amorosa con gloria peregrina aprisionado. Si al dulce labio llegas que provoca a süave deleite al más helado, luego que tu encendido seno toca a su color sangriento, buelves, ¡ai, ô dolor!, más abrasado. ¿Dióte naturaleza sentimiento? ¡Ô yo dichoso a avérseme negado! Hable más de tu olor i de tu fuego aquél a quien invidias de favores no alteran el sossiego. 5 A la rosa Pura, encendida rosa, émula de la llama que sale con el día, ¿cómo naces tan llena de alegría si sabes que la edad que te da el cielo es apenas un breve i veloz buelo, i ni valdrán las puntas de tu rama ni púrpura hermosa a detener un punto la execución del hado presurosa? El mismo cerco alado que estoi viendo rïente, ya temo amortiguado, presto despojo de la llama ardiente. Para las hojas de tu crespo seno te dio Amor de sus alas blandas plumas, i oro de su cabello dio a tu frente. ¡Ô fiel imagen suya peregrina! Bañóte en su color sangre divina de la deidad que dieron las espumas, ¿i esto, purpúrea flor, esto no pudo hazer menos violento el rayo agudo? Róbate en una ora, róbate licencioso su ardimiento el color i el aliento: tiendes aún no las alas abrasadas, i ya buelan al suelo desmayadas. Tan cerca, tan unida está al morir tu vida, que dudo si en sus lágrimas la aurora mustia tu nacimiento o muerte llora. SONETOS 1 Corre con albos pies al espacioso Océano, veloz Tarteso río, assí no ciña el abrasado estío tu dilatado curso glorïoso; i di a mi ardor que crece tu espumoso seno a las muchas lágrimas que envío, o esparza la dudosa luz rocío o muestre Cintia lustre generoso. Que oyendo en mustio son mi afán ardiente de ti, con crespa lengua resonado en verde prado o en sedienta arena, será que blandas luzes al herviente humor muestre (ya en vano derramado) mi acerba i dulce i clara luz serena. 2 Sube, frondosa vid, i en estendido ramo corona la desnuda frente deste infelice povo, que al corriente cristal yaze, de honor destituido. Sube, assí no amanzille el aterido ivierno en duro yelo tu ecelente cima, ni Febo, cuando más ardiente, muestre a tu gloria el rayo embravecido. Que pues, cuando en su lustre florecía, te dio el áspero tronco i dilatado seno donde luziesse tu ufanía, es razón, sacra vid, qu'el despojado leño de verde i fresca loçanía ornes agora en su funesto estado. 3 Ya del sañudo Bóreas el nevoso soplo cessó, ¿el triste ivierno elado, dando passo, al divino ardor templado, huyó al profundo centro tenebroso. I buelve el verde honor al espacioso seno vuestro, del yelo despojado, sacros povos, que ornáis el intricado curso del claro Guadiamar ondoso. ¡Felices vos!, que ufanos al süave rayo de Febo coronáis la frente, libres del yerto humor que os oprimía. Mas, ¡triste yo!, que de importuno i grave yelo siento oprimir la frente mía, lexos de ver mi altiva luz ardiente. 4 Menoba, que con turbia i alta frente buelas veloz al gran Tarteso río, horrible a fuerça del pluvioso i frío Austro, la selva oprime tu corriente. I vi yo cuando en la sazón ardiente, corriendo apena, de cristal vazío, ella te defendió del cano estío, de tu ceñido umor mustia i doliente. No des al aire, pues, ô río sagrado, raízes de tan fiel i generosa selva que te asombré al estivo fuego. Templa la saña i el confuso i ciego hervir de tu profunda agua espumosa; assí discurras puro i dilatado. 5 Marchite, ¡ô nunca!, frío i cano yelo de tus labios la dulce i blanda rosa, do las Gracias, do Amor siempre reposa, ni otro sitio invidiando ni otro cielo. Dellos nunca a herir levanta el buelo, ni hacha cuida o flecha rigurosa, que una blanda palabra gracïosa arma i enciende en el purpúreo velo. Destos, pues, roxos, blandos i süaves labios do se arma Amor, i que encendieron mi pecho en llama i rosa dulcemente, ¡nunca, ô tiempo!, permitas que los graves yelos de edad la púrpura ardiente amortigüen, i llama en que m'ardieron. 6 ¡Salve, ô mancebo, flor de la hermosa llama qu'enciende i cerca el puro cielo!, cuanto menos que Cintia generosa, tanto luzes más cándido en el suelo. Apazible destierra en la sombrosa noche el horror de su medroso velo, que aún no vibra su hacha luminosa Venus mirando al gran señor de Delo. Luze en su vez, ¡ô Héspero dichoso!, en su silencio, i con tu luz m'envia a mi dulce esplendor i mi cuidado. Y si tal vez sentiste el amoroso fuego que assí encendió mi pecho helado, dame no errar por tenebrosa vía. 7 Otro tiempo profundo i dilatado te vi correr, ô sacro Esperio río, i ya te ciñe el abrasado estío i tu luziente mármol seca airado. Triste pensava yo nunca sobrado sentir tal vez el ardimiento mío, o elasse al Tánais el ivierno frío, o regalasse el sol su curso elado. Pero si tú, gran lustre d'Ocidente, Betis, siendo deidad, del inhumano tiempo la vez i sientes la crüeza, no desespero de mi ardor insano buelta ver en ceniza la grandeza mientra Febo rayare en Orïente. 8 Lánguida flor de Venus, que ascondida yazes, i en triste sombra i tenebrosa, verte impiden la faz al sol hermosa hojas i espinas de que estás ceñida; i ellas el puro lustre i la vistosa púrpura, en que te vi apuntar teñida, te arrebatan, i a par la dulce vida del verdor que descubre, ardiente rosa. Igual es, mustia flor, tu mal al mío: que si nieve tu frente descolora por no sentir el vivo rayo ardiente, a mí, en profunda oscuridad i frío yelo, también de muerte me colora l'ausencia de mi luz resplandeciente. 9 A don Juan de Fonseca i Figueroa Ya la hoja que verde ornó la frente desta selva, don Juan, en el verano, tiende amarilla por el suelo cano fuerça de helado espíritu ardïente; i la ova que en agua vi pendiente de un güeco risco con verdor loçano, mustio ya i sin color, despojo vano, Betis esplaya con mayor corriente. I yo assí bien no desigual mudança siento en mi mal, que ya mi ardor intenso cambia el yelo en ceniza vana i fría. ¿Quién esperó igual bien? ¡Ô grata usança del tiempo: que fallece a par del día si un hermoso verdor, un fuego ¡inmenso! 10 Aunque pisaras, Fili, la sedienta arena qu'en la Libia Apolo enciende, sintieras, ¡ai!, que el Aquilón me ofende, i del yelo i rigor la pluvia lenta. Oye con qué rüido la violenta furia del viento en el jardín s'estiende, i que apena aun la puerta se defiende del soplo que en mi daño se acrecienta. Pon la soberbia, ô Fili, i blandos ojos muestra, pues ves en lágrimas bañado el umbral que adorné de blanda rosa; que no siempre tu ceño i tus enojos podré sufrir, ni el mustio ivierno helado, ni de Bóreas la saña impetuosa. 11 Claro i tranquilo el mar me conduzía a que sulcara su profundo seno, i apena entré, cuando el color sereno huyó, de Bóreas con la saña fría. Crespos montes de humor al cielo vía subir, i el mar, d'oscura sombra lleno, cambiar varios semblantes, i el terreno assiento entre las olas parecía. Entonce, ¡ai!, ô mesquino!, un mortal yelo me cubría, i el güeco leño roto luchava con las aguas fatigado. En tanto afán, con voz ya incierta, al cielo moví a piedad; libróme, i hize voto de fiar nunca en ponto sossegado. 12 Cuando entre luz i púrpura aparece l'alba, i despierto, ¡ai, triste!, i miro el día i no hallo la blanca Fili mía, alba i púrpura i luz se me oscurece. Lloro, i crece mi llanto cuanto crece más la lumbre i la sombra se desvía; i un torpe yelo assí me ata i refría que aun la voz para alivio me fallece. I a un tiempo apura amor con alto fuego en este ancho desierto el pecho mío, donde el pesar lo aviva más i enciende. Lloro, pues, i ardo assí, i el mal se estiende tanto, que a luz i a sombra i a rocío muero en llamas i en lágrimas me anego. 13 ¡Ai, amarilla selva, que desnuda yazes, i en cano i yerto humor cubierta, cómo tu hórrida faz en mí despierta nuevo mal a mi incendio i llama cruda! Siéntome, ¡ai, triste!, arder cuando se muda tu frente, i se descubre blanca i yerta; i cuando l'alma tierra más desierta se ve de luz, mi llama es más aguda. Pero ¿qué mucho, ô selva, si la ardiente hacha con que te alienta el claro día declina tanto al Austro pluvïoso, i yo estoi tan cercano al refulgente rayo que de sus hizes siempre envía mi dulce ardor, Aglaida, i glorïoso? 14 No esperes, no, perpetua en tu alba frente, ô Aglaya, lisa tez, ni que tu boca, que al más helado a blando amor provoca, bañe siempre la rosa dulcemente. ¿Ves el sol que nació resplandeciente, cuál con luz desvanece tibia i poca, i tú sorda a mis ruegos como roca estás, en quien se rompe alta corriente? Goza la nieve i rosa que los años te ofrecen; mira, Aglaya, que los días llevan tras sí la flor i la belleza; que cuando de la edad sientas los daños, as de invidiar el lustre que tenlas i as de llorar en vano tu dureza. 15 Passa, Tirsis, cual sombra incierta i vana este nuestro vivir i, como nieve al tibio rayo, desvanece en breve todo apazible bien i gloria humana. Mira cuánto en color, cuánto en loçana juventud confiar el hombre deve, si assí acabó Medrano: ¡ô, en buelo leve subido aya a la estança soberana! Siendo su fin veloz (aunque no incierto, triste imagino aquél que nos aguarda) sólo por no avenirle en pena, en lloro. Tirsis, dexa este mar, buelve ya al puerto la nave i busca el celestial tesoro: que a nos, quiçá, tan triste fin no tarda. 16 Cuando te miro, ô fresno, assí al helado soplo del Aquilón, calvo la frente, i al tibio i blando soplo de Ocidente de purpúreo verdor la cima ornado, alegre buelvo a mi infelice estado i esfuerço assí mi coraçón doliente: «Espera, no importunes al luziente cielo con vozes i con llanto airado. Tiempo será que tan crecida pena acabe, i tu luz gozes, si oprimido yazes aora en tan profundo yelo. I si el bolver del incansable cielo da a un mudo tronco el verde honor perdido, ¿cómo a ti no tu pura luz serena?» 17 Yo acabaré, infelice, en el ondoso golfo que ensaña i turba el viento airado, pues en nevoso ivierno sulqué osado piélago assí profundo i proceloso. Ya me arrebata el ponto furïoso, i miro el leño, en pieças desatado, entre la espuma errar (¡ai, yo cuitado!) i no el cielo a mis lágrimas piadoso. Yo acabaré, pues me creí imprudente del manso mar, que inmenso me rodea i bolverá en sus olas mis desnudos güesos. No fíe de cristal luziente, tome exemplo en mi mal quien no dessea ser, cual yo, pasto de nadantes mudos. 18 ¡Náufraga onda, i cómo leda frente tuya, mientra ocio fácil posseía, otra vez me a engañado, que creía siempre tranquilo tu cristal luziente! Ya no miro encresparse dulcemente el mar con l'aura que Ocidente envía, mas espumosos montes que a porfía levanta al cielo el Euro furïente. Tres vezes fueron ya qu'e1 hondo Egeo rompí, mal cauto, con aguda prora, náufrago, i tantas lo sulqué animoso. Debiera escarmentar, porque no ahora, opuesto en vano al mar impetuoso, llorara el cierto fin en que me veo. 19 Este que ves, ô güésped, vasto pino, útil sólo a la llama ya en el puerto, selva frondosa un tiempo, en descubierto cielo dio amiga sombra al peregrino. De la cumbre Citoria al ponto vino, por la mordaz segur el tronco abierto, i después, alta máquina, el incierto golfo abrió, siempre con hinchado lino. Vientos, aguas sufrió; llegó a la Aurora, veloz nave, i rompió luengos caminos, i a su patria bolvió soberbia i rica. Mas no firme a sufrir del mar ahora los ímpetus, por voto a los marinos dioses Cástor y Pólus se dedica. 20 Almo, divino Sol, que en refulgente carro sacas i ascondes siempre el día, i otro i el mismo naces tras la fría sombra que huye l'alba luz ardiente; pura i cándida Ilitia, que luziente eres del cielo honor, si se desvía el áureo rayo que tu hermano envía a tu hermosa faz resplandeciente: venid ambos, venid, lustre del cielo, fáciles a mis ruegos. Tú, Lucina, seas blanda a Celia en la cercana ora. I pues te honra, ô Febo, con divina voz, da al infante cuando sienta el yelo del aire, ingenio i dulce voz sonora.

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